Me levanto
antes que Erika y me pongo a leer mi novela. Cuando los hombres
primitivos están derrotando a los simios mi acompañante se
despierta. Así pues vamos a desayunar. Cuando estamos allí vemos a
una familia con un bebé.
- Vamos,
Bárbara, despierta. Le dice la madre con cariño.
Erika mira
hacia el bebé sonriente. Cuando se da cuenta de que yo la miro a
ella, carraspea y luego dice:
- No es que
me parezca mono, ni nada.
- Ya claro.
Luego de
eso salimos como siempre a dar un paseo mirando el mar. En esta
ocasión no se ve nada más que agua. Aún así el paisaje es muy
bonito y nos parece adivinar bajo las olas la presencia de bancos de
atunes. Por supuesto el barco es tan grande que aún nos falta mucho
por ver así que al cabo de un rato entramos de nuevo para continuar
lo de ayer. Pasamos de nuevo por la pista de squash y allí me
tropiezo con un tipo mas o menos de mi edad. Lo ayudo a levantarse y
al fijarme en que lleva una raqueta le pregunto si va a utilizar el
espacio.
- Sí,
estoy esperando a un pasajero que conocí el día que embarqué. Lo
cierto es que me encanta el tenis. Está mal que yo lo diga pero
todos en mi universidad dicen que soy bueno. Quiero inscribirme en el
Abierto de los Estados Unidos, así que debo entrenar. Por cierto, me
llamo Richard Norris Williams II, pero mis amigos me dicen Dick.
- ¿Dick,
entonces?
- Espero.
Responde con una amplia sonrisa
- A mi
abuelo también le chifla el tenis ¿sabe? Es un gran fan de Charles
P. Dixon
- ¿Y quién
no? A fin de cuentas es uno de los mejores del mundo, eso si no es el
mejor.
- Pues
ánimo, Dick. No te he visto jugar pero seguro que un día derrotas a
Charles por victoria aplastante.
- Jojojo,
yo no diría tanto pero por soñar...
Me alejo al
ver que se acerca el que debe ser su compañero mientras comento con
Erika lo simpático que parece. Eso hasta que me doy cuenta de que no
está y que estoy hablando solo. No debe haberse dado cuenta de mi
tropiezo y habrá seguido andando. ¿Dónde se habrá metido?
- Pero ¿por
qué no, preciosa?
- Porque no
me da la gana. Déjeme en paz.
Reconozco
la voz de Erika y me meto por un pasillo. Me encuentro con un tipo
que parece estar intentando ligar con la chica. Digo intentar porque
obviamente no está consiguiendo otra cosa más que incitarla a
pegarle una bofetada.
- No te
hagas la dura. El tipo le agarra una mano
No pienso
permitir esto.
- ¿Qué se
cree que está haciendo? Digo apareciendo de improviso
- Anda, no
moleste. El tipo hace un gesto como pidiéndome que desaparezca.
- El que
está molestando aquí es usted. Qué es lo que no tiene ¿oídos o
vergüenza? Esta señorita ya le ha dicho que la deje en paz.
Le obligo a
retirar la mano de la de Erika. Ella rapidamente me la coge a mí
como acto reflejo.
- Tsk. El
tipo chasquea la lengua bastante molesto. En fin, usted se lo pierde.
Todas en este barco babean por mí. Vamonos, Giglio.
No me había
dado cuenta pero el tipo iba acompañado por su mayordomo, el cual me
mira con cara de asco mientras murmura algo como:
- Que tipo
tan ordinario.
- Querido,
¿Dónde estás? Se escucha una voz de mujer al final del pasillo.
- Ya voy
cariño. Contesta el tipo desagradable caminando hacia allí.
Erika
respira tranquila al ver como se aleja. Estamos así unos segundos y
luego me suelta la mano, como esperando que no me haya dado cuenta.
- Que tipo
tan repulsivo, y además con su mujer presente.
- No, si ni
siquiera es su mujer. Dice alguien cercano a nosotros.
Nos giramos
para ver quien es, y al preguntar se identifica como José Francisco
Landaeta Quintana.
Por él nos
enteramos de que el tipo que ha abordado a Erika es Benjamin
Guggenhaim, un empresario que ha venido al Titanic con su amante. Nos
quedamos a cuadros. Pretendía engañar a su amante. ¡Dobles
cuernos!
- Sí,
bueno. Es más conocido por su líbido que por sus éxitos
empresariales.
Al final
tomamos un desvío. No sea que nos lo volvamos a cruzar.
- Si no
hubieras aparecido le hubiera dado una paliza a ese pesado. N-no
creas que te lo agradezco o algo. Me dice mirando para otro lado.
- Claro que
sí. Le contesto sonriendo
Acabamos en
el almacen del correo, que está hasta los topes de cartas y
paquetes. La gente parece allí muy atareada así que decidimos no
molestar. Alguno nos pregunta si estamos buscando algo o si tenemos
una carta que enviar. Como no es así seguimos de largo. Tras un rato
empezamos a tener calor. Cuanto más avanzamos por el pasillo más
calor hace. Nos parece muy extraño hasta que vemos la entrada de la
carbonera. Con razón. Lo preocupante es que allí hiciera frío.
Cuando nos alejamos y salimos por un pasillo nos damos cuenta de la
hora que es. Nos damos prisa en ir a almorzar. ¡Entre lo del tal
Guggenhaim y esto nos habíamos olvidado! Llegamo justo a tiempo. Hay
muy poca gente ya en el comedor pero aún pillamos comida. Tenemos
mucha hambre y devoramos los alimentos. Tampoco hace falta mucha
etiqueta teniendo en cuenta las pocas personas que hay presentes, que
además no se fijan en nosotros. Una vez hemos terminado damos un
pequeño paseo. Escuchamos unas tonadas y seguimos la melodía para
ver hasta donde llega. Terminamos por encontrar una banda de música
amenizando la tarde a algunos pasajeros. Nos quedamos escuchando un
buen rato. A erika parece que le gusta. En uno de sus descansos me
acerco al que al parecer es el director.
- Disculpe,
¿Podrían tocar "Alexander's Ragtime Band"?
- Sí,
claro. No hay problema.
El tipo
toma un vaso de agua, habla un momento con el resto de los
componentes y vuelven a tocar.
- Oh ma
honey . . . ain't you goin' to the leaderman, the ragged meter man...
Algunos de
los presentes se sorprenden un poco. Apuesto a que muchos de primera
clase no han escuchado jazz en su vida. Tras un par de canciones más
la banda da por finalizada su jornada y se paran a descansar mientras
la mayoría de los pasajeros se van de la sala. Erika y yo nos
quedamos un rato. Me dirijo al director, le agradezco el detalle de
aceptar mi sugerencia y me presento.
-
Encantado. Yo soy Wallace Henry Hartley. Somos "Wallace Hartley
band". Mis compañeros son Roger Bricoux, Fred Clarke, P.C.
Taylor, G. Krins, Theodore Brailey, Jock Hume y J.W. Woodward.
Nos ponemos
a hablar de música.
- Siempre
me ha gustado este mundo y apuesto a que a mis compañeros también.
Tenemos un gran repertorio de diferentes estilos. Hasta tengo elegida
la melodía que quiero que se toque en mi funeral, "Más cerca,
Dios mío, de tí".
- Su
trabajo no debe ser fácil.
- Ninguno
en estos tiempos lo es. Lo importante es que me gusta. De todos modos
este trabajo como banda del barco nos puede dar bastante notoriedad.
Al final
acabamos hablando de los modernos aparatos que permiten escuchar
música en casa sin necesidad de un músico.
- Por
ejemplo hace poco salió el maestrophone, una variante a aire
caliente del gramófono. Se están haciendo muchos avances en ese
campo.
- Sí,
bueno. Está claro que son útiles para quien no sabe tocar o no
puede permitirse ir muchas veces a un concierto. Incluso nosotros lo
utilizamos para practicar. Sin embargo, no me negarás que la calidad
del sonido no es comparable a un concierto en vivo. Además no puedes
ponerte a charlar con el compositor después de la tonada. Me
costesta
Se queda
pensando y termina lo que estaba diciendo.
- Bueno, sí
podrías hacerlo pero seguramente acabarías en un sanatorio. Suelta
una carcajada.
Me doy
cuenta de que ya es tarde y me despido. Erika, que al principio nos
estaba escuchando y ahora terminaba de conversar con el chelista
concuerda conmigo en que ya es hora de acostarse y nos alejamos rumbo
a nuestras habitaciones. ¡Que de gente interesante se puede conocer
en estos viajes!
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