Es por la mañana cuando el Carpathia alcanza el
puerto. Deben ser las ocho, tal vez un poco más tarde. Han sido dos días raros. Ninguno de los hombres que conocimos en el barco ha sobrevivido. A algunas de las mujeres sí las hemos visto pero hemos creído que es mejor no molestarlas. A decir
verdad estos dos días me ha sido difícil conciliar el sueño. En
una ocasión tuve una pesadilla protagonizada por un iceberg con
dientes, fue horrible. Sin embargo esta noche he dormido un poco más. Me consta que a la mayoría de los pasajeros
también les pasa algo parecido. Algunos directamente no han pegado
ojo. No es el caso de Erika. Desde el primer día ha dormido que es
un primor. No es que me queje. Supongo que el susto se me irá pasando con los días.
- Tranquilo, en cuanto nos metamos en algún otro
lío te olvidarás de este. Me asegura Erika.
- Mas muertes no, por favor.
- ¿Y qué tal un caso de falsificaciones?
En realidad me da igual siempre y cuando no tengamos
que llevar a prisión a un trozo de hielo.
- Tranquilo. La próxima vez llevaré encima un
soldador.
Me rio. Eso es bueno. Parece que estamos recobrando
el buen humor. Sin embargo no bromeamos mas por respeto al resto de
pasajeros y a las víctimas. En apenas una hora hemos llegado a
tierra. Cuando salimos una manada de periodistas que nos esperaban
nos asaltan. Lo que faltaba. Parecen muy interesados en la opinión
que de los hechos tienen los supervivientes. Estos días no se habla
de otra cosas más que del hundimiento del transatlántico
insumergible. Según me comenta mi acompañante lo más seguro es que haya un juicio para determinar las causas, se llame a testigos y se le esté dando bomba a este asunto durante meses. Si J. Bruce acabará en prisión eso es otro asunto. Intentamos escabullirnos y cuando uno de ellos repara
en Erika y le pregunta su opinión ella se limita a enseñarle en
todo su esplendor el dedo central de la mano. Si hay algo que nos
preocupa en este momomento son nuestras familias no dedicar unas palabras a los lectores del "New York Times". Buscamos a toda
prisa el hotel donde dijimos que nos hospedaríamos. El recepcionista
nos recibe con los brazos abiertos. Las noticias parece que vuelan.
Se ha enterado de que ibamos en el barco siniestrado, al igual que
otros clientes que no han tenido tanta suerte. Menos mal que allí
tienen un par de teléfonos. Han estado sonando desde hace dos horas.
Nuestras familias se nos han adelantado y se han llevado un susto
cuando les han dicho que no estabamos. Al parecer mi madre lleva en
un sinvivir desde que se enteró de todo esto y mi abuela, a la que
siempre le han dado miedo los barcos, casi se desmaya.
- Mamá tranquila... sí, estoy bien. No, no, tengo
los dos brazos. Que sí, que no me ha pasado nada. Erika también
está bien. De su parte que cuando volvamos le prepares ese pastel
tuyo de melocotón y galletas. Sí, vale... con ella también quiero hablar. Hola, Juani. Sí, ya le he dicho a mami que estoy
bien. Sí, de verdad. No, he llegado a piezas como un puzzle y mi
cabeza está hablando sola. Juani... ¡Juani! ¡¡Que es coña!!
Tras un par de minutos de charla tensa que se va
calmando le toca el turno a Erika. Sus padres, tan despreocupados
ellos, parece que también se han llevado un susto. La noticia les
pilló por sorpresa cuando se encontraban de viaje en el extranjero y
han estado a punto de venir a buscarnos personalmente. Erika no tarda
mucho con ellos. Les da varias explicaciones cortas y luego cuelga.
Nunca le ha gustado entrar en detalles. También llamamos a Wilfred y
a Benjamin, así como a otros amigos y conocidos que querían saber
de nuestra suerte.
- Sí que conocen ustedes a gente. Se maravilla el
recepcionista.
- Y eso que no nos han llamado nuestros clientes. Comenta Erika
Tras todas estas llamadas damos un largo suspiro. Ha
sido agotador contar lo mismo tantas veces, pero también
gratificante por quitarles a todos un peso tan grande de encima.
Cuando creemos que todo ha terminado, casi inmediatamente vuelve a
sonar por sí solo. Cuando lo cogemos nos llevamos una sorpresa.
Henry, el inspector de policía también ha estado preocupado.
- Claro que no. Refunfuña. Que os pase algo me da igual. Pero ¿Que
voy a hacer sin mis competidores? ¿De quién me reiría? Además sería muy ridículo que después
de tantos peligros os matara un simple cubito de hielo para whisky.
Nunca hubiéramos imaginado que este tipo nos echara
en falta.
- ¡No he dicho eso! Gruñe. Pero supongo que me
alegro un poco de que estéis bien. Pero solo un poco.Apunta
Ahora sí que hemos terminado. Bueno, no tenemos
equipaje que llevar pero la habitación está dispuesta. Entramos
para verla y nos parece cómoda. Nos sentamos en una de las camas.
- Bueno, ¿Qué hacemos ahora? Pregunto confundido. Después de todo el viaje se ha salido tan de madre qu ya ni me acuerdo de lo que tenía planeado.
- ¿Ahora? Pues está claro ¿no? Me has prometido
unas vacaciones y unas vacaciones voy a tener.Tienes que cumplir tu
promesa, "alegría y diversión", si no me cabrearé
¿Entendido?
Más claro el agua. Sonrío. Hace falta más que un
barco para ahogar a Erika. Me levanto de la cama y salimos de nuevo
en busca de aventuras, unas que no nos pongan en peligro mortal, espero.
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